martes, 3 de junio de 2014

Mamá y las "foles" de Bruno, mi nueva identidad.


Nací un dieciocho de Junio de hace ya casi cuarenta y una primaveras, y echando la mirada atrás todavía recuerdo esos corrillos en el patio del colegio donde divagábamos con cándida y aparente profundidad, es decir, con el pavo que nos daba la edad, imaginando qué echaras gastaríamos cuando la pubertad hiciera visible las modificaciones propias del paso de la infancia a la edad adulta. Pues bien, ahora me doy cuenta que teníamos demasiada prisa por crecer y por qué no decirlo, por alcanzar una realidad para le que muchas de nosotras, ni por asomo, creíamos haber nacido para ello, la maternidad. 

Recuerdo como de pequeña, tendría unos seis años, junto con mi madre, estábamos viendo un documental sobre maternidad en el que se contaban las experiencias de un sin fin de mujeres embarazadas. Hasta aquí, todo bien: me parecía un estado confortables e incluso entrañable algo, quizás,  común para una niña: no extrañar el rol reproductivo al que las mujeres estamos encadenadas desde el inicio de la creación, pero toda esta confraternización de género duraría lo que dura un fósforo encendido. En el mismo instante que la escena del parto se hizo presente  en la pantalla de nuestro televisor Vanguard de veinticuatro pulgadas, menos mal que era en blanco y negro, mi desconsuelo fue tal que lo único que alcancé a decirle a mi madre con total convicción fue: "¡Mamá, nunca seré madre!"

Pero estas palabras que sentencié con conocimiento claro y seguro, cuando aún era una cría con coletas y calcetines, me acompañaron hasta que cumplí treinta y seis años que fue cuando me enteré que a partir de ahora dejaría de ser aquella niña horrorizada y atemorizada ante la idea de ser madre.

Ante tal noticia, y sin soltar aún el lastre emocional, la conmoción y la inquietud fueron mis primeras sensaciones. Conmoción por el estado al que me enfrentaba: superar el desasosiego sobre ese lado oscuro de mi vida; e inquietud, por peder mi individualidad: Yolanda pasaría a un segundo plano.

Así que  en esta encrucijada emocional en la que habitaba, en las postrimería de mi futura maternidad, reinaba a golpe de martillo la renuncia y el encaje de una nueva identidad, ahora sería la "mamá de …" en la consulta de pediatra, en la guardería, en el colegio, en los futuros encontronazos con la jauría de mocosos en el parque, en los cumpleaños...

Se trataba de una tarea dura el deconstruir el mecano de todo un ideario de vida para dar paso ala edificación de una nueva identidad; para descubrir desconocidas capacidades que antes reconocía en otras mujeres de manera ajena. Se trataba de decir adiós a ése anonimato maternal, al que ni por asomo quería pertenecer, y saludar otra vida.

Pero poco a poco el miedo pasó, se deslizó como gotas de agua en una cristal, aprendí rápido a convivir con las alteraciones hormonales, propias de dicho estado, hasta el extremo de lo más ñoño, y en el que no me reconocía, como llorar por ver la serigrafía de un bebé en un pijama de pre-mamá: ¿¡habrá cosa más ridícula!? A cohabitar con las incómodas náuseas de los tres primeros meses yaciendo como cadáver en el sepulcro por no poder con mi alma. A comer sin sentido, con abuso lascivo, sin juicio alimentario, pasándome las indicaciones médicas por el arco del triunfo: en mi caso mi desobediencia prenatal fueron los aperitivos salados, sólo ellos son capaces de causar un placentero y sugestivo regusto propio de la ambrosía: "¡vivan las grasas saturadas!" Me repetía a cada engullida. A vivir presa del pánico por no cruzarme con un gato y a mortificarme viendo como otros metían en paladar el exquisito loncheado del mamífero ibérico, "el pata negra", evitando así la temida toxoplasmoxis. ¡¡Cuánto sacrificio, Dios miso!! A sortear, con resignación cristiana y mucha diplomacia, las cáusticas profecías sobre el sexo del bebé, fundamentadas sobre una base científica irrefutable; el volumen y la forma de tú protuberante panza, si la barriga era puntiaguda sería niño, mientras que si la tendencia era "barriga bajera", sería niña. A convivir con los sofocos, los grandes enemigos de las menopáusicas y los míos, durante mi buenaventura preñeril. El indicador, evidente, de que mi cuerpo se convertía en un horno para bollos, eran los enorrrrrrrmer cercos que aparecían en mis axilas, a modo de galletas no, galletones, diría yo. ¡Cuanto llegué a comprender a mi santa madre por aquel entonces! Ahora la que se burlaba de mí era mi santa: "¡Estás probando de tú propia medicina", me decía la muy rencorosa.

Y qué decir de las visitas al ginecólogo. O de la primera ecografia en la que miras, miras y vuelves a mirar, más despistada que un mono en una feria, y te sueltan: "¿¡mira, ahí está!?" "¿¡Lo ves!?" "¿¡Ves a tú hijo!?" Y tú, en vez de soltar un sincero: "No veo un carajo", prefieres echar mano del hipócrita disimulo en aras de no restarle emoción al momento tan bucólico evitando uno, pasar por el ridículo de gestante primeriza ignorante; dos, madre cruel sin atisbo de instinto maternal y tres, por no quitarle la ilusión al que te preñó de lo que él decía que sí, que sí  que lo veía; mientras que yo, con gesto de incredulidad, me dedicaba a seguir la hebra con un escueto y falso: "¡AAaaaaah, claaaaro!"

Y así millones de cosas más, que nueve meses dan para mucho, y no todo es de color fresa, no. Señores y señoras la grávida travesía es, a veces, como atravesar el desierto intentando buscar el deseado oasis donde explotar. Pero heme aquí cacareando, riéndome de mí misma, ironizando con éste nuevo modo de vivir a puerta gayola, relatando, en tinta y papel, un recién estrenado e ignoto universo con dos protagonistas: Yolanda alias "mami, mamita" y el embrión microscópico Bruno, lo que suma el universo de "Mamá y "las foles" de Bruno".

Así que la vida a veces es una notica inesperada como lo fue la mía cuando me enteré que iba a ser madre. Ser madre es una viaje que dura toda la vida que es imposible resumir en un segundo o en cuarenta y cinco minutos o en nueves meses. Ser la Mamá de Bruno a veces parece muy poco pero otras es intensa, viva, gustosa, complaciente y toda una aventura porque ahora YO es NOSOTROS, mi nueva identidad: "Mamá y "las foles" de Bruno". 


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