La mañana amaneció soleada y calurosa. Giré la cabeza hacia la mesita de noche donde estaba el reloj despertador: eran las 9:00, y el termómetro marcaba ya, 22º.
Aún en la cama, intentando despegar la oreja de la almohada. Apoyada mi cabeza sobre el brazo izquierdo; pensando que la única que ha comenzado a dar el saludo al sol, soy yo, disfruto de la tranquilidad y ventura, por un corto espacio de tiempo, del silencio estival de ésta mañana de agosto saboreando unos deliciosos rayos de luz que traspasan las rendijas de la persiana acariciando mi cara.
-¡Qué lujo! Es un placer intenso para el ánimo, para sentirte viva disfrutar de esta exquisitez- Pensé, mientras comenzaba a desperezarme para liberarme del entumecimiento. Hasta que......
- Mami, ¿qué hacemos hoy?- Dijo el canijo, con los ojos abiertos como dos contraventanas de balcón.
Con el canijo hay dos rutinas fundamentales. Una, preguntar, nada más despegar la legaña, tratando a sus congéneres cómo tour operadores, los planes y la hoja de ruta del día. La segunda, desoír la llamada del aseo personal matutino; zafarse de cualquier modo, forma y manera de cepillado, lavado y peinado. ¡Qué guerra, Dios mío! Me desgañito aullando el nombre del tunante desde distintos espacios de la casa: cocina, cuarto de baño, pasillo, salón y él, sordo, ciego y haciendo el zángano. Hasta que me cuadro frente a él, con cara de perro rabioso, levanto el brazo derecho señalándole, con el dedo índice, la dirección exacta hacia el baño (porque parece sufrir de amnesia todas las santísimas mañanas) junto con la frase, ya, casi proverbial: ¡Tira para el baño, ya! Con paso desganado y desidioso; arrastrando los pies, como si en sus tobillos tuviera grilletes, balanceando los brazos en modo gorila, mirándome con cara de puchero y con un quejoso gemir, me justifica su mala gana de darse lustre: "¡joooo maaamiii, todos los días igual! ¡Pero si ya me lavé ayerrrrr! Acto seguido, yo, su madre: ¡Cochino, no me cameles! ¡Tira! Si ahora con cuatro años eres así, cómo serás con...¡Cochino! ¡Anda! ¡Tira!..
Así que lo miré y le dije que posiblemente fuéramos a dar un paseo por el campo. Por la cara que puso, la idea no lo hizo mucha gracia, si algo tiene el canijo es que no es un niño, digamos, rural. A él le va más el rollo de acción: gastar energía, a lo bestia, en circuitos menos bucólicos que un cerro, colina, cordillera, selva o jungla. A pesar de ello, y de que nuestra confianza en que el plan resultase atractivo para el canijo no era muy firme, comenzamos la travesía con el objetivo de encontrar la frondosa arboleda.
Otra de las características del canijo es que la paciencia no es una de sus virtudes, no. No llevábamos ni diez minutos de trayecto y comenzaban la primeras quejas.
Mami, y el monte, ¿dónde está? Joooo, ya estoy cansado. ¿Dónde está? Me aburro.
Canijo, ¡paciencia! ¡Cómo te puedes aburrir si llevamos nada montados en el coche!
Pues si. La carretera es muy larga y pesada. ¿Cuándo llegamos?...
...Muevo el cuello de izquierda a derecha buscando la relajación. Inspiro y espiro. Inspiro y espiro. Dirijo mi mirada hacia el horizonte y me propongo no desquiciarme. ¡Calma!
Seguimos, y de repente vemos a nuestra derecha un pequeño prado. Ahí estaba, pequeño, peludo, de color plateado, ensimismado en comer su pasto, dando pequeños pasos para acercase más a la sombra:
¡Mira, canijo, un burrito!
Me sorprendió la emoción y el interés que mostró al verlo. He incluso, que de primeras, lo bautizara:
¡Si! ¡Es el burrito Carrillón! ¡Qué mooooono!
¡Esto marcha! Pensé, hasta que le propuse salir del coche para acercarnos a él:
¡Vamos, canijo! ¿No quieres verlo de cerca y lo tocamos?
Reclinado hacia atrás en su asiento, con todo el cuerpo en tensión, con las uñas clavadas en los brazos de la silla, con la cara descompuesta, desencajada, llena de pánico ante lo que sus oídos acaban de oír: ¡¡¡salir del coche para tocar a Carrillón!!!
¡¡¡¡¡No!!!!
Así atajó mi propuesta, con una rotunda negativa. Se sentía protegido y a salvo dentro del coche. Quizás pensó que así evitaríamos que el inofensivo animalito nos embistiera cual bestia endemoniada: ¡es mejor no tentar a la suerte! Imagino que pensaría el canijo. Para él, cualquier animal que no sea mosca u hormiga, es una mala bestia llámese Carrillón o Platero.
¡¡¡Los toros, desde la barrera!!! ¿Queda claro?...
Así que lo miré y le dije que posiblemente fuéramos a dar un paseo por el campo. Por la cara que puso, la idea no lo hizo mucha gracia, si algo tiene el canijo es que no es un niño, digamos, rural. A él le va más el rollo de acción: gastar energía, a lo bestia, en circuitos menos bucólicos que un cerro, colina, cordillera, selva o jungla. A pesar de ello, y de que nuestra confianza en que el plan resultase atractivo para el canijo no era muy firme, comenzamos la travesía con el objetivo de encontrar la frondosa arboleda.
Otra de las características del canijo es que la paciencia no es una de sus virtudes, no. No llevábamos ni diez minutos de trayecto y comenzaban la primeras quejas.
Mami, y el monte, ¿dónde está? Joooo, ya estoy cansado. ¿Dónde está? Me aburro.
Canijo, ¡paciencia! ¡Cómo te puedes aburrir si llevamos nada montados en el coche!
Pues si. La carretera es muy larga y pesada. ¿Cuándo llegamos?...
...Muevo el cuello de izquierda a derecha buscando la relajación. Inspiro y espiro. Inspiro y espiro. Dirijo mi mirada hacia el horizonte y me propongo no desquiciarme. ¡Calma!
Seguimos, y de repente vemos a nuestra derecha un pequeño prado. Ahí estaba, pequeño, peludo, de color plateado, ensimismado en comer su pasto, dando pequeños pasos para acercase más a la sombra:
¡Mira, canijo, un burrito!
Me sorprendió la emoción y el interés que mostró al verlo. He incluso, que de primeras, lo bautizara:
¡Si! ¡Es el burrito Carrillón! ¡Qué mooooono!
¡Esto marcha! Pensé, hasta que le propuse salir del coche para acercarnos a él:
¡Vamos, canijo! ¿No quieres verlo de cerca y lo tocamos?
Reclinado hacia atrás en su asiento, con todo el cuerpo en tensión, con las uñas clavadas en los brazos de la silla, con la cara descompuesta, desencajada, llena de pánico ante lo que sus oídos acaban de oír: ¡¡¡salir del coche para tocar a Carrillón!!!
¡¡¡¡¡No!!!!
Así atajó mi propuesta, con una rotunda negativa. Se sentía protegido y a salvo dentro del coche. Quizás pensó que así evitaríamos que el inofensivo animalito nos embistiera cual bestia endemoniada: ¡es mejor no tentar a la suerte! Imagino que pensaría el canijo. Para él, cualquier animal que no sea mosca u hormiga, es una mala bestia llámese Carrillón o Platero.
¡¡¡Los toros, desde la barrera!!! ¿Queda claro?...
Jajaja Me encanta canijo. Hizo muy bien. Eso se llama ser prudente. Espero que al final disfrutara de su día de campo al máximo.
ResponderEliminarHola guapa!! Me alegra verte por aquí.
EliminarPues no, al final teinamos en un parque acuático. Jajaja!!
Besos y gracias por comentar!!