lunes, 12 de noviembre de 2012

Un universo aparte


En un país en el que los niños no pueden creer en las hadas existía un enorme, robusto y vetusto árbol llamado Baobab, el gigante africano. Así era como lo llamaba Ousmane. Un niño de 11 años hijo de un agricultor de cacao que compartía choza con 6 hermanos, que trabajaba en las tareas de cultivo y en alguna que otra chapuza más que le ayudaba a traer algo de sustento al hogar. Un ángel en territorio comanche. Ousmane el león, así lo llamaba su madre. “Eres como el león: valiente, fuerte, brioso y aguerrido.” Ousmane, poseía una sabiduría, ingenio y ganas de saber sometido, por el instinto de supervivencia. Pero este dios sin nombre, de cuerpo enjuto, pelo azabache y serena mirada discursiva guardaba un secreto. Si. Un sueño de la razón donde se sentía libre para construir su universo animado. Un universo aparte. Donde dibujaba los mapas de su pequeña parte del mundo. Donde lo que le hacía grande no era difícil de ver. Donde el tiempo se paraba y parece que está, pero que no sabe que está. Donde la inocencia perdida aparece golpeando fuerte, como un estallido de luz. Donde hadas, elfos, gnomos, genios, brujas y faunos, conviven a la vera de la imaginación. Ousmane tenía un secreto, un refugio, que alguna vez compartiría; sentarse a la sombra del orgullo de África, el Baobab. Buscando la paz, la calma y la esperanza de lo que su majestuosidad simboliza: la victoria de la fuerza y la determinación con la injusticia y la escasez. “Tú me das fuerzas.” -Repetía.- “Bajo tú sombra me cobijo. Gracias a tú corteza increíblemente gomosa y dura, tus frutos y tus hojas nos dan alimento, agua y medicinas.” 
Sentía auténtica devoción por el gigante de raíces inversas. Para él, lo sentía como si fuera una especie de hada cabalística africana, llena de magia y misterio. Se sentía protegido, lleno de energía cuando yacía ante él. “Sería una osadía pensar que ésta árbol pudiera acabar con el mundo. Pero si fuera así, ojalá fuera con éste en el que no reinan hadas sino bestias, monstruos y demonios. Censurando, brutal e impunemente los deseos de niñez. Ojalá, Dios Baobab lo consiguieras. Consiguieras hacer, del azul oscuro casi negro, algo melífluo, acaramelado para hacernos meridianamente felices a nosotros, los dioses sin nombre. Para dejar de sentirnos reptando, en vez de caminar erguidos, entre el cielo y la tierra sin haberlo pedido.” “Baobab, sálvame de esta pesadilla donde ni Peter Pan ni Campanilla tienen cabida. Para dejar de preguntarme: ¿cuál será mi última misión, pararme y estar preparado para lo que sea? ”
De repente, el milenario árbol dobló una de sus ramas rodeando a Ousmane. Y sucedió. El corpulento y magnífico árbol parecía querer transmitir al pequeño un mensaje. Ousmane, pegó su oreja a la prodigiosa corteza y comenzó a escuchar como la savia se transformaba en un aullido penetrante: “Ousmane”, -dijo el cavernoso árbol.- “El universo se expandirá y volverá a su estado. Y de nuevo se expandirá y volverá a su estado. Y lo errores también regresarán. Pero llegará el momento en el que el universo no se expandirá y será cuando llegarán las oportunidades de no volver a cometer esos mismos errores para aprovechar la ocasión que te brinda el Universo...”

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