Son las 6:30 de la mañana. Oigo, desde mi cama, unos diminutos y sigilosos pasos que se aproximan desde el pasillo hasta mi cuarto. Disimulo estar aún dormida, manteniendo mi posición de espaldas a la puerta, con la malintencionada idea de comprobar cual será la sorpresa que me espera. De repente, en el umbral de la habitación, se oye un cauteloso, suave y remiso hablar quedo: "Mami...Mami." Mantengo la espera. "Mami...Mami." Continúo con el silencio. "Mami...Mami." Me sorprende el cuidado y la delicadeza del susurrar del canijo. "Mami... Mami." Sin decir nada, pues sabía lo que venía buscando el pequeño noctámbulo, me giro echando hacia atrás sábana y manta lo que le indica el permiso para "conquistar" la cama ajena.
Enseñando su canija dentadura, al consentir, con el ademán de aprobación, el ultraje del lecho, de un respingo se introduce entre los cálidos lienzos paternales. Pegado como un sello a mi. La cara dispuesta a dos centímetros de la mía; lo que favorece tragarme el aliento de su respirar bucal. Su mano derecha, reposando sobre mi mejilla izquierda, además de su pierna, como si de un grillete se tratara, rodeando mi cintura, de tal guisa, cierra lo ojos con un dulce bisbiseo: "Aaaayyy maaami."
Una hora después, mi cama era como un tablero de tres en raya: el canijo, y todo su esqueleto, haciendo linea horizontal, vertical y diagonal en un espacio de 1,35m. Pienso: "Si el aprovechado bucanero todavía no controla el trazo vertical (competencia no adquirida, aún), - véase que intento darle algún tipo de justificación, un tanto absurda, a ese descontrol corporal-, ¿cómo pretendo que lo mantenga en mi cama?"
Diez minutos después, como si de un androide se tratara, abre los ojos de forma brusca y mecánica cómo si de repente se hubiera acordado de algo demasiado importante que no puede esperar:
"Mami...Mami. ¿Sabes qué?"
"¡Qué cariño!" Pensé que iba a continuar con su almibarado parloteo, pero :
"¡ Ayer estuve viendo la Cenicienta!"
"¿Si? ¿Y te gustó?"
"Si." Afirmaba mientras asentía también con la cabeza.
"¿Me la quieres contar?"
"Pues era una niña que estaba todo el día limpiando. Tenía unas hermanastras. Y había una señora que era muy mala. Luego quiso ir a una fiesta. Pero no podía porque tenía que limpiar. Pero un hada la ayudó. Llegó al palacio del príncipe. Lo vio y se enamoró de él. Fin del cuento."
Me quedé sorprendida con el escueto y claro resumen del cuento. Pero la cosa no quedó ahí. Cómo siempre, peco de ser demasiado curiosa y no me quedé muy conforme con tan breve descripción; sabía que en la cabeza del canijo debía reposar algo más que esta breve sinopsis.
" Y ya!!?? Ya está!!??"
"Claro, Mami." Me replica convencido. Y con gesto de tener las cosas muy claras continúa: "Siempre es igual. A todas las chicas les pasa ¿A ti no te pasó con Papá?"
No sé si reír, llorar o ponerme profunda. La cuestión es que algunos cuentos infantiles no escapan de esa realidad sometida, falta de imaginación y creatividad.
Por eso, no me resisto. Y si me toca ser Cenicienta, me pido ser una Cenicienta Punk.
Enseñando su canija dentadura, al consentir, con el ademán de aprobación, el ultraje del lecho, de un respingo se introduce entre los cálidos lienzos paternales. Pegado como un sello a mi. La cara dispuesta a dos centímetros de la mía; lo que favorece tragarme el aliento de su respirar bucal. Su mano derecha, reposando sobre mi mejilla izquierda, además de su pierna, como si de un grillete se tratara, rodeando mi cintura, de tal guisa, cierra lo ojos con un dulce bisbiseo: "Aaaayyy maaami."
Una hora después, mi cama era como un tablero de tres en raya: el canijo, y todo su esqueleto, haciendo linea horizontal, vertical y diagonal en un espacio de 1,35m. Pienso: "Si el aprovechado bucanero todavía no controla el trazo vertical (competencia no adquirida, aún), - véase que intento darle algún tipo de justificación, un tanto absurda, a ese descontrol corporal-, ¿cómo pretendo que lo mantenga en mi cama?"
Diez minutos después, como si de un androide se tratara, abre los ojos de forma brusca y mecánica cómo si de repente se hubiera acordado de algo demasiado importante que no puede esperar:
"Mami...Mami. ¿Sabes qué?"
"¡Qué cariño!" Pensé que iba a continuar con su almibarado parloteo, pero :
"¡ Ayer estuve viendo la Cenicienta!"
"¿Si? ¿Y te gustó?"
"Si." Afirmaba mientras asentía también con la cabeza.
"¿Me la quieres contar?"
"Pues era una niña que estaba todo el día limpiando. Tenía unas hermanastras. Y había una señora que era muy mala. Luego quiso ir a una fiesta. Pero no podía porque tenía que limpiar. Pero un hada la ayudó. Llegó al palacio del príncipe. Lo vio y se enamoró de él. Fin del cuento."
Me quedé sorprendida con el escueto y claro resumen del cuento. Pero la cosa no quedó ahí. Cómo siempre, peco de ser demasiado curiosa y no me quedé muy conforme con tan breve descripción; sabía que en la cabeza del canijo debía reposar algo más que esta breve sinopsis.
" Y ya!!?? Ya está!!??"
"Claro, Mami." Me replica convencido. Y con gesto de tener las cosas muy claras continúa: "Siempre es igual. A todas las chicas les pasa ¿A ti no te pasó con Papá?"
No sé si reír, llorar o ponerme profunda. La cuestión es que algunos cuentos infantiles no escapan de esa realidad sometida, falta de imaginación y creatividad.
Por eso, no me resisto. Y si me toca ser Cenicienta, me pido ser una Cenicienta Punk.
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