No me caracterizo por ser metódica a la hora de escribir las historias sobre la vida y milagros de mi pichón. Al contrario. Cuando tengo alguna idea, o Bruno hace alguna de las suyas, no necesariamente corro y la escribo. Pasan días hasta que decido plasmarla. Mi intención con la escritura de todas ellas es que me sirvan primero, como desahogo personal y segundo, como memoria histórica para dar fe y testimonio de este bucólico, imprevisible, entrañable, novato y a veces insufrible y experimental tiempo de rorro. Y así, bajo estos dos silogísmos: "Cuento, Narro= Desahogo" y "Cuento, Narro: Banco de recuerdos", he escrito los 42 post. Sin embargo, esta vez ha sido la premura y la palabra alivio, -buscando dar tranquilidad a mi conciencia por pensar que soy una mala madre-, la que me lleva a contar la última andanza de Bruno el Pequeño Cid pues como guerrero que sobresalía en el campo por acciones señaladas, Bruno en esta hazaña se ha hecho valer tanto de Cid como de Campeador. Mientras que esta humilde voz en off, -su madre-, le ha tocado interpreta, en este cantar, el personaje de Dª Urraca. Arpía y bruja arrancada de los cuentos de hadas. Perennemente vestida de negro con medias a rayas y en cuyo rostro destaca la nariz ganchuda. Que se apoyaba en un bastón con el que daba a cascoporro a cualquiera que se pusiera a tiro. ¡Vamos! Todo un personaje lleno de humanidad y bondad. En ella me convertí, la mañana de lucha armada, de guerra psicológica e incluso, de guerra fría.
La peripecia comienza a las 12:45 de la madrugada. Mi aguerrido blandiblú, lleva unas noches, que espero que no se conviertan en costumbre, despertándose a las misma hora acompañando el desvelo con una "Tos Guadiana", que lo mismo viene, que se va. Parece tener vida propia, esa tos. Algunas noches, con suerte, se supera la "fase tos" sin daños colaterales. Esto es; sin tsunami, arrojos o trasbocados nocturnos.
Mientras me mantengo en guardia, a la espera que suceda cualquier catástrofe, natural o no. Mis uñas se hunden profundamente en el colchón. Mi respiración es casi imperceptible mientras mis paletas muerden, sin hacer sangre, mi labio inferior. Toda esta pose con la mirada puesta en el techo, como queriendo traspasarlo para alcanzar el tejado y liberar mi pensamiento hacia el cielo confiando que algún ser divino o esencia divina tenga piedad de mi para no tener que levantarme, a 100/h. para coger en volandas al gamusino esputador antes de que se suceda la hecatombe...Pero la madrugada de ayer, nada se pudo hacer: ¡¡¡¡ TSUNAAAAAMIIIII !!!!...
Después de recogerlo todo, mi noble hidalgo regresa a su lecho. 6:30 de la madrugada. "Show must go on:"
"cof, cof, cof...aaaaaayyyyyy..." "Te cogo Mami. Te cogo Mami." "Me pica. Me duele."
Intento que desista de su intención de asaltar nuestra cama. "¡¡¡Aaaaaaa dormir!!!""!Qué todavía es de noche."
"No quiero. Quiero bibi. Mami, levántate. Quiero bibi."
"Aaaarg. Me rindo."
Me cuelgo al marsupial y lo planto en le sillón bajo la amenaza de que si se mueve...En fin. Como si de un prisionero de guerra se tratara y siempre, bajo el amparo de la Convención de Ginebra, no quería ceder a este pulso por la conquista del poder.
Preparo el bibi. Comienza la ingesta. Al cabo de 5 minutos se paraliza la toma. "No quiero más."
"Bruno, bébete el bibi." Este duelo, casi al sol, debía ganarlo. No sé si con ayuda de los expertos consejos de Super-Nani o de psicólogos de renombre. Eran casi las 7 de la mañana y mi cerebro aún no regía para tomar aire y pensar dos veces como actuar...Cuando vuelvo a escuchar "No quiero más." ¡Zas! A la mi...a la p..a pedagogía y psicología de los co..nes..Comienza el Duelo de Titanes."¡Bebe! ¡Toma!"
"No. No quiero." "Quiero los dibu."
"¡Cómo! ¿Dibu? Nanai. ¡No! ¡No!
"No. No quiero." "Quiero los dibu."
"¡Cómo! ¿Dibu? Nanai. ¡No! ¡No!
Comienza el momentazo plañidera corre ve y dile acusador: "Buuuuuaaaaaa. Buuuaaaa. Mami no me deja, Papi."
"Bien. No quieres bibi, pues siéntate en el sillón y NO-TE-MU-E-VAS!!!" Me dolió decirle aquello; síntoma de que comenzaba a aflorar el sentimiento de culpa. "Jo. Creo que me estoy pasando. ¿Qué hago?" ¿Desaparezco? De repente. ¡OOoommmmm! ¡OOoommmm! ¡OOoommmm! "Vacía tu mente, se amorfa, moldeable, como el agua. Si pones agua en una taza se convierte en la taza. Si pones agua en una botella se convierte en la botella. Si la pones en una tetera se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede golpear. Sé agua amiga mía..." De fondo, haciendo coros a mi momento mantra, mi disciplinado guerrero con la vehemencia que tanto le caracteriza y agarrado a mi pantalón como alma en pena, sigue en sus trece: "Buuuuaaaaa. Buaaaaaaa. Mami te cogo. Te cogo."
Lo llevo hasta el salón y lo siento. "Quieto aquí."
"Mamiiiiii. cof, cof, cof, cof, cofa, cof, cof...." "Bruuuuuuuunooooooo. Noooooooo!!!! " No había remedio, "TSUNAaaaaaaaaaaaaMIiiiii... II."
Cuando dio por finalizado su acto me dirijo hacia mi muro de las blasfemias. ¡Ni mantra! ¡Ni Bruce Lee! ¡Ni monjes tibetanos! ¡Ni LECHES! Esta vez regurgité tal bufido, que en el caso de haber tenido un sonómetro lo hubiera reventado.
Llegué como nueva. Con el mocho en la mano, limpio la escena del crimen. El ambiente era tenso en el campo de batalla. El silencio sepulcral lo rompía el sonido de unos: "sinf, snif, snif", que indicaban el final de la contienda.
Cambio al virtuoso guerrero mientras comienza a desplegar una estrategia de acercamiento con el objetivo de volver a gozar de mi confianza: "Mami. Me duele la barriga. Me duele la tripa. ¿Me das un beso?"
Sin saber que hacer. Atónita, sorprendida, aturdida por la envestida. Pero llevada por la compasión y el sentimiento de culpa, le pregunto: "¿Qué te pasa? ¿Te duele la barriga?
"Si mami. Si me das un beso en la barriga se me quita."
"Muac, Muac, Muac, ¿Se te quitó?"
"Si mami. Ya estoy curado."
En el AMOR y en la GUERRA: ¿vale todo?
En el AMOR y en la GUERRA: ¿vale todo?
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